DIRECTAMENTE OPERATIVO
“El Derecho vale para mucho menos de lo que la gente piensa”. Con esa frase aparentemente desilusionante nos daba su visión del ejercicio de la abogacía un magnífico profesor de Derecho Constitucional. Contrastaba, sin duda, la dureza de su afirmación con la pasión que ponía en la enseñanza de su asignatura. Cuando unos cuantos años después, tantos como 24, quien fue su alumno es hoy abogado y, al tiempo, profesor universitario, revisa esa afirmación imborrable no tiene más remedio que corroborarla.
Lo que un cliente (normalmente preocupado) espera de un abogado (deseablemente entregado) es, primero, que le escuche con la atención que merece. Detrás de una consulta siempre hay un problema personal o empresarial puesto que casi nadie acude a un abogado para compartir su enorme alegría existencial. Pero también espera que le asesore lealmente. Para esa labor de consejo prudente, mesurado, calculador y sincero no todo el mundo vale. Además de la preparación técnica (que, en muchas ocasiones, se presupone arriesgadamente a quien ha obtenido su título de Licenciado o Graduado en Derecho y, posteriormente, colegiado como abogado) es necesario tener empatía. Ponerse en el lugar del otro debería ser la primera de las enseñanzas universitarias en la carrera de Derecho. Solo así, mirando la vida desde los ojos del cliente, uno puede hacerse una idea de cuál es el punto de partida y, sobre todo, de cuál es la meta a la que se nos pide que llevemos a quien se pone en nuestras manos para que le guiemos.
Toda profesión tiene sus ovejas negras que perjudican, indudable y gravemente, al colectivo. La abogacía no está exenta de ese mal sino más bien intensamente contaminada por él. Son muchos los ciudadanos que nos ven como profesionales sobrevalorados, caros, superficiales y materialistas. Para quienes crecimos con el genial “13 Rue del Percebe” de Francisco Ibáñez, no es difícil reconocer que la imagen que algunos abogados proyectan a la gente es la del tendero Don Senén.
Lo que este blog pretende es presentar la abogacía de otro modo más cercano y, creemos, más real. En mis conversaciones con mis alumnos universitarios y con mis clientes suelo insistirles en que si hay dos profesiones capitales en la sociedad actual esas son las de médico y abogado. Los primeros tienen en sus manos nuestra vida en sentido físico y los segundos podemos hacer con nuestra tarea que la existencia de las personas sea lo más llevadera posible una vez surgido un problema que siempre es indeseable pero que no por ello no deja de plantearse.
Nos aproximaremos en este diario jurídico al mundo del Derecho intentando que lo escrito, siendo preciso y coherente, pueda ser fácilmente comprendido por el lector. En otro apartado de esta página web, concretamente en el de “Artículos”, incluiremos valoraciones mucho más jurídicas y académicas, pero la razón de ser de este blog es la de presentar al ciudadano asuntos complejos de una manera sencilla y asequible.
Si tras cada post el lector tiene una idea más certera de lo que es la abogacía y, sobre todo, de cómo intentamos los abogados resolver eficientemente los problemas de la gente, nos daremos por satisfechos. Es cierto que el Derecho no es la panacea universal y que donde no hay buena voluntad es difícil que una norma (o su aplicación ejecutiva) llegue a solucionar definitivamente un problema. Pero no es menos cierto que quienes estamos en el día a día del Derecho tenemos una especial responsabilidad a la hora de procurar soluciones razonables y razonadas a controversias que, de enquistarse, pueden llegar a hacer imposible o muy desagradable la vida a las personas.
Concluimos este primer post recordando una anécdota de quien hoy es un brillante abogado madrileño. Corría el año 1995 y fuimos destinados juntos como alféreces de las conocidas como milicias universitarias a un cuartel de Siero (Asturias). El primer día, el de las presentaciones ante los mandos del acuartelamiento, había que acudir vestidos de gala. Así lo hicimos todos excepto uno de los alféreces. Había olvidado su pantalón de gala en Madrid y no tuvo más remedio que hacer su aparición vestido con el tradicional traje militar de campaña, preparado para el combate, el barro y las lluvias tan habituales en esa tierras del Norte de España. Aquello levantó ampollas y le supuso algún que otro disgusto y críticas entre los mandos. Sin embargo, uno de los capitanes ensalzó su bravura y determinación golpeándole fuerte en la espalda y diciéndole: “estos son los alféreces que a mí me gustan, los que vienen directamente operativos”. Ojalá este blog sirva para que el lector perciba que los que ejercemos esta bendita profesión con intensidad, ilusión y compromiso estamos, como aquel alférez, directamente operativos en nuestro empeño máximo por defender los intereses de nuestros clientes.